El Siervo de Dios Juan Manuel Martín del Campo fue un sacerdote que amó muchísimo el sacramento de la reconciliación. De todos es sabido que él dedicó muchísimas horas a las confesiones. En una ocasión un sacerdote le preguntó cómo le hacía para atraer a los fieles a la confesión y él le respondió que, por ejemplo, en una misión a los primeros penitentes había que dedicarles tiempo suficiente y que estos iban a comunicarles a los demás que había llegado un sacerdote que les había escuchado sin ninguna prisa y así la fila comenzaba a crecer. Él escuchaba pacientemente a cada uno, como si fuera él único que tenía que confesar y lo hacía poniendo su mano sobre la espalda y así, con esta actitud bastante paterna, que a final de cuentas refleja el amor de Dios, hacía que el que se estaba confesando lo hiciera poniendo toda su confianza en la misericordiosas de Dios.
Confesar por horas y horas es cansado y al P. Martín del Campo no le importaba el cansancio, es más, en las visitas pastorales si no lo llamaban a comer él no se levantaba del confesionario y si se levantaba era porque el Obispo lo mandaba llamar para que comiera.
Dios favoreció al P. Martín con gracias especiales para este ministerio. Cuando alguien necesitaba de la confesión de forma inesperada llegaba el P. Martín a confesarlo sin que lo hubiera mandado traer. Cuando alguien había olvidado un pecado o conscientemente había callado algo, el P. Martín le “leía el corazón” y le decía al penitente “te faltó esto o has callado aquello”. Sin lugar a dudas son dones especiales que Dios le otorgó para el servicio de los hermanos. En lo personal me llama más la atención la paciencia y la fortaleza con que el P. Martín confesaba.
Esto hacía que el confesionario del Siervo de Dios fuera preferido al de otros confesores. En la Catedral así sucedía y en cualquier otro lugar de tal forma que los fieles preferían esperarse a confesarse con otro sacerdote. Cuentan quienes se confesaron con él y que tenían que hacían fila para que les tocara turno que de lo único de lo que se quejaban del P. Martín para confesarse era que “tenían que esperan mucho tiempo”. Quizás también ellos crecieron en la virtud de la paciencia.
Ojalá los que somos sacerdotes imitemos este amor al confesionario, así como el P. Martín del Campo lo aprendió de San Rafael Guízar Valencia.
No dejemos de orar por su pronta beatificación.