En este domingo unidos a todos los cristianos del mundo celebramos la Resurrección de Ntro. Sr. Jesucristo. Hoy nos alegramos con Pedro, con Juan, con María Magdalena y con todos aquellos que han sido testigos de la resurrección. Ellos estaban tristes por su muerte en cruz pero su resurrección les llenó de una profunda alegría. Hoy el mundo sufre por tantas muertes injustas: la guerra en Ucrania, desaparecidos, asesinatos…Ojalá que estas muertes se terminen por la victoria del Resucitado. La Pascua de Jesús, es decir, su muerte y resurrección, es el misterio fundamental de nuestra fe, de tal manera que si a nuestra fe le quitamos la resurrección, perdería todo sentido. San Pablo llega a decir que si Cristo no hubiera resucitado, vana seria nuestra fe. Por que Él está vivo, porque Él está en medio de nosotros, porque Él nos escucha, por eso creemos en Él.
Uno de los Santos Padres de la Iglesia llegó a afirmar con toda verdad: ¡La Pascua de Jesús es nuestra propia pascua! O con otras palabras: ¡La victoria de Jesús es nuestra propia victoria! Efectivamente, la muerte y resurrección del Señor es nuestra muerte y resurrección. De esta pascua participamos de diversas maneras: hemos muerto con Cristo en el bautismo pero hemos renacido con Él a la vida nueva; cuando nos confesamos, al decir con arrepentimiento nuestros pecados y recibimos la absolución, morimos con Cristo al pecado y renacemos a la vida de los hijos de Dios; en nuestra vida cotidiana cuando tratamos de desterrar de nuestros corazones el pecado, en esa medida renacemos a la vida en Cristo.
El cristiano debe morir continuamente a ejemplo de Cristo para resucitar con Él.
Las primeras comunidades cuando celebraban la Pascua al momento de intercambiarse el saludo de paz, se decían:
“¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!”
Que este sea nuestro saludo en este tiempo de Pascua.
¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!