“Que hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que anuncia la paz, que trae buenas noticias, que anuncia la salvación” (Is 52, 7).
Si algo distinguió al Venerable Juan Manuel Martín del Campo, además de ser un buen párroco, confesor, director espiritual y exorcista es que fue un gran misionero. Sin lugar a dudas esto lo aprendió de su gran maestro San Rafael Guízar Valencia el cual decía que no sabía otra cosa sino hacer misiones. En sus varios años como sacerdote misionó en muchas colonias de la ciudad de Xalapa y también predicó a lo largo y ancho de la Arquidiócesis de Xalapa y fuera de ella. Comunidades como La Concepción, Otates, Elotepec, Actopan, Chicoasen, Apazapan, Las Minas, Jilotepec, Banderilla, Las Vigas, Coatepec, Paso del Macho, San Marcos, Las Puentes, Soledad Atzompa, San Juan del Río, Medellín, Boca del Río y muchas más se vieron bendecidas por el apostolado del Padre Martín. El título “El padre misionero” fue bien ganado y así era llamado entre los sacerdotes, religiosas y laicos.
En las misiones se levantaba muy temprano, se aseaba y de ahí rezaba el Rosario de Aurora antes de la Santa Misa para desayunar a eso de las 8:00 hrs. Después impartía catequesis a niños, jóvenes y adultos y realizaba visitas a las familias y enfermos para comer a las 14:00 hrs. Sin mayor descanso continuaba con la catequesis que impartía a matrimonios o señoras y celebraba nuevamente la Santa Misa a las 18:00 hrs. en atención a los que no habían asistido en la mañana. Acabando la Misa se sentaba a confesar hasta terminar y cenaba después de las confesiones. Se daba tiempo para rezar el Breviario y preparar la homilía del día siguiente leyendo los textos de la Biblia. Si era acompañado por religiosas o quien fuera los invitaba a unirse a estas acciones.
En los lugares donde el común de los fieles hablaban español el Padre Martín no tenía mayores obstáculos para la comunicación pero en la Sierra de Zongolica era un tanto difícil por el idioma pero para Dios no hay imposibles y siempre la misión era un éxito. “Él lograba lo que se proponía: llevarles el amor de Dios a sus corazones. Aprendía frases como ‘Dios te ama mucho’, ‘Te perdono tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo’, ‘Mamá María te quiere mucho’. Los llenaba de paz y los preparaba para recibir al nuevo sacerdote”, motivo por el cual fue enviado a muchas misiones. “Su especialidad, nos dice un testigo, era confesar, perdonar en nombre de Cristo, consolar, visitar enfermos, todo esto era sin límite de tiempo dando como resultado un cambio de vida espiritual a la comunidad en donde en ese momento se encontraba”.
¿Cuál era el éxito de las misiones del Padre Martín? La oración, “ya que no empezaba ni terminaba el día sin pedir el auxilio del Señor”. Su gran mansedumbre, paciencia y simplicidad de vida eran sus armas para ganar las almas para Cristo. Su amor filial a la Virgen María era también su gran ayuda.
Hay varias anécdotas que se pueden comentar de las misiones del Padre Martín. La Hermana Petra Valdez nos cuenta: “En una ocasión cuando acompañé al Padre Martín en una misión en Soledad Atzompa la señora que nos dio de comer solo nos dio sopa aguada y cuando él se terminó la sopa le dijo la señora que sí quería más sopa a lo cual le respondió el Padre: ‘unos frijolitos’, la señora le contestó: ‘no padrecito, los frijolitos son para la cena’, y entonces el Padre Martín le dijo: ‘bueno entonces más sopa’ y se la comió con tortillas porque era lo único que se iba a comer”. Así era el Padre Martín del Campo.
Oremos por su pronta beatificación y canonización.