EL QUE ME COME VIVIRA POR MI

Jn 6, 51-58

El pasaje del evangelio que leemos hoy hace unas afirmaciones sorprendentes, que no se nos hubiera ocurrido pensar a nosotros, sobre los efectos que debe producir la comunión eucarística con Cristo.

Ante todo, Jesús nos asegura que los que le coman tendrán una estrecha relación interpersonal con él: “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él”. Es una admirable comunión la que nos promete. Parecida a la que en otro capítulo (Jn 15) expresa con la comparación de la vid y los sarmientos: el sarmiento que “permanece” unido a la vid, tendrá vida.

Pero hay otra afirmación más profunda e inesperada. Jesús compara la unión que va a tener con los que le coman con la que él mismo tiene con el Padre: “Igual que yo vivo por el Padre y me ha enviado, el que me come vivirá por mí”.

Son afirmaciones muy fuertes. No las hemos inventado nosotros. La palabra de Jesús, después de dos mil años, sigue fiel: él mismo es nuestro alimento y nos comunica su propia vida. Este pan y este vino de la Eucaristía, de un modo misterioso pero real, son su misma persona que se nos da para que no desfallezcamos por el camino y tengamos vida en abundancia. Si venimos a Misa es para unirnos a Jesús y por medio de Él al Padre Celestial.

Ojala comprendamos al menos un poco el valor inestimable de la Eucaristía.

Señor Dios, que has preparado bienes invisibles para los que te aman, infunde en nuestros corazones el anhelo de amarte, para que, amándote en todo y sobre todo, consigamos tus promesas, que superan todo deseo. Por Cristo nuestro Señor. Amén.