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ELLA SE LLAMA MICAELA

Si en algo se distinguió el Venerable Juan Manuel Martín del Campo fue el ejercicio de la caridad para con Dios y para con el prójimo, especialmente los pecadores, endemoniados, pobres y enfermos.

En los tiempos en que el Padre Martín era canónigo penitenciario de la Catedral, después de haber cantado en el Coro y confesado a los fieles se dirigía al departamento que la familia Martínez le había prestado para que viviera. Este departamento se ubica en la Calle de Juárez a espaldas de la Catedral. Ahí el Padre Martín vivió quince años y su casa siempre estuvo abierta a los necesitados. Estrictamente para ir caminando de la Catedral al departamento se necesitan unos cinco minutos y el Padre Martín se dilataba hasta media hora en llegar, no porque no pudiera caminar sino porque a su paso iba practicando el precepto de la caridad fraterna. A cada pordiosero que se encontraba algo le daba. Si debía confesar a alguien también lo hacía. Así lo aprendió de San Rafael Guízar.

Entre los pordioseros había una señora que siempre iba a Catedral, participaba de los Oficios y al final se ponía lista para pararse cerca por donde tenía que pasar el Padre Martín del Campo porque seguramente recibiría algo de nuestro Venerable. Él la llegó a identificar entre todos los indigentes porque preguntó su nombre y alguien de los acompañantes le dijo: Ella se llama Micaela, como la canción. Además de ser indigente Micaela se caracterizaba por su olor a orines, hasta picaba.

Era un 29 de septiembre, fiesta de los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael y el Padre Martín tuvo el detalle de acordarse, al tener a Micaela enfrente, que era su santo (Micaela es el femenino de Miguel) y le dijo: “Micaela: hoy es tu santo, muchas felicidades y que Dios te bendiga mucho, y porque hoy es tu santo, te invito a comer a tu pobre casa y dime por favor que te gustaría comer”. Micaela se alegró muchísimo porque además de la felicitación y bendición del Padre Martín la había invitado a comer. Ni tarda ni perezosa le dijo: “Mole Padre Martín, mole que tiene años que no lo pruebo”. Llegando al departamento le dijo a Bertha: Apúrate Bertha a cocinar porque hoy he invitado  a comer a alguien muy importante. Haz mole con pollo porque eso le gusta y compra un pastelillo. Hoy es su santo y hay que hacer fiesta. Cambia el mantel y pon unas flores.

A las dos en punto tocaron el timbre y al abrir Bertha la puerta vio a Micaela y pensó que seguramente había ido a pedir limosna. Se percató el Padre Martín que era Micaela y ordenó a Bertha que la dejara entrar y que directamente la pasara a la mesa para comer. Se sentó a un lado del Padre Martín. Un canónigo que en esos días estaba hospedado en la casa del Padre Juan Manuel no quiso comer y Bertha no pudo esquivarse porque debía atender la mesa.

“Padre Martincito: ¡que sabroso estuvo el mole! ¡Dios le conceda el cielo! ¡Muchas gracias!” Así se despidió Micaela dejando a su salida su clásico olor. ¡Cómo olvidarla! Esta fiesta con ocasión del santo de Micaela fue una de tantas veces que el Padre Martín y Bertha recibieron a la indigente en casa, siempre apestando a orines. Cuando estaba confesando el Padre Martín en Catedral se le paraba enfrente del confesionario y el Padre Juan Manuel tenía que pararse a atenderla quizás para evitar molestias a los demás penitentes por obvias razones. Decía el Venerable: “a la única que obedezco es a Micaela”, porque se levantaba o se levantaba del confesionario. La pobre de Micaela, además, estaba medio loca. Nada que ver con la Micaela de la canción. ¡Cómo olvidarla!

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