SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA.

Todo hombre en su vida, sigue un camino u otro. Toda persona busca en su vida encontrar la verdad. Y todo hombre desea que su vida no termine para siempre. A esos tres profundos anhelos del hombre, da Jesús, en el evangelio de hoy, respuesta bien cumplida. Y no una respuesta teórica, sino él mismo: Yo soy el camino, la verdad y la vida.

En él, y en vivir la vida como él la vivió, está la respuesta a los interrogantes y las búsquedas del hombre. El camino a seguir, la verdad a defender, la vida que no se pierde, están al alcance de nuestra mano. Elegirlos o rechazarlos es cosa nuestra.

Jesús es el camino que conduce al Padre. Pero, no se trata de una autopista que ya está terminada. Jesús es camino en la medida en que nosotros optamos por caminar por Él y le permitimos que oriente nuestros pasos.

Este camino no es una vida trillada y aburrida. Por el contrario, el Evangelio mismo nos muestra cuán difícil es seguirle el paso y aceptar que su sendero pasa irremediablemente por la cruz. Por esto muchas veces preferimos los caminos seguros, aunque por dentro anhelemos la incierta ruta del Espíritu.

El seguimiento de Jesús se nos plantea como un desafío para la vida cristiana. Durante muchos años hemos tenido en mente el modelo de la imitación. Hoy, el Señor nos llama a que le sigamos. Nuestra vocación  es la de la comunidad apostólica: mujeres y hombres que encontraron en Jesús un camino para el encuentro con Dios a través del hermano pobre y marginado.

Jesús fue un hombre itinerante. No se dejó atar a ritualismos estériles ni a leyes inútiles. Su Espíritu se elevó más allá de la muerte y se incrustó en nuestra historia como testimonio permanente de una vida en proceso de transformación. Esta manera de ver y vivir la vida cristiana nos lleva a aventurarnos más allá de los caminos seguros y conocidos, para arriesgarnos en el estrecho y escarpado sendero de la vida cristiana. El verdadero discípulo de Jesús sabe que se “hace camino al andar”.

Dios todopoderoso y eterno, lleva a su plenitud en nosotros el sacramento pascual, para que, a quienes te dignaste renovar por el santo bautismo, les hagas posible, con el auxilio de tu protección, abundar en frutos buenos, y alcanzar los gozos de la vida eterna. Por Cristo nuestro Señor. Amén.